jueves, 24 de noviembre de 2011

Una pequeña asesina que se cobra 500.000 vidas al año.

http://lapizarradeyuri.blogspot.com/2010/02/historia-de-la-bala.html

Una pequeña asesina que se cobra 500.000 vidas al año.





Es una de las principales causas de muerte violenta. Todos los aviones, misiles, tanques y buques de guerra juntos no matan a tanta gente, ni muchísimo menos. Los seres humanos, básicamente, asesinamos al prójimo de manera personal, con las manos; o, al menos, con cosas que llevamos en las manos. Y la humilde bala, junto a las armas que las disparan, son tan letales como los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, juntos y multiplicados por dos... cada año.

En efecto, Oxfam Internacional, Amnistía Internacional e IANSA estiman que las armas ligeras –y sus proyectiles– acaban con 500.000 personas al año; esto es, un Auschwitz cada lustro. Quizás después del garrote y el cuchillo, esos minúsculos trocitos de metal que vuelan rabiosamente por el aire hasta hundirse en la carne y la sangre ocasionan un genocidio estándar cada veintipico meses (o, más bien, la gente que los dispara, claro). Únicamente desde 1980 hasta aquí, han matado a tanta gente por todo el planeta como la Segunda Guerra Mundial. No se considera un arma de destrucción masiva, y sin embargo lo es más que ninguna otra. Sólo la Antártida, por el momento, se ha librado de sus efectos; quizá porque sus únicos habitantes, los científicos, suelen ser gente de paz.

Las balas están por todas partes, son facilísimas de construir al abrigo de cualquier selva, casucha, bosque o desierto por unos pocos céntimos, y ya no digamos en las modernas fábricas robotizadas que las producen a millones. En las versiones más básicas, basta con un poco de propelente, latón y plomo, y alguna herramienta primitiva para mecanizarlas de forma más o menos regular. Todos los países dignos de tal nombre tienen, al menos, alguna industria local. Las balas no sólo matan por perforación, daño neurológico y hemorragia, sino también por shock hidrostático, infección y lesiones sinérgicas que afectan a varios órganos simultáneamente.

El proyectil más popular del mundo es el llamado .22 Long Rifle, un cartucho chiquitín y de fácil uso que sirve para numerosos rifles, pistolas, revólveres y hasta escopetas. Lo de .22 quiere decir "0,22 pulgadas de diámetro": efectivamente sus dimensiones en el sistema métrico decimal son 5,6 milímetros de diámetro por 15 milímetros de longitud. Esta bala es demasiado pequeña para tener mucho alcance efectivo, penetración o poder de parada –le falta energía cinética–, pero para las distancias y víctimas habituales de las armas (civiles desarmados, raterillos, gentes derrotadas y otras personas esencialmente reducidas e indefensas) resulta más que suficiente; sobre todo, cuando se tiran tres o cuatro disparos. Además, tiene un vuelo muy lineal, lo que facilita su uso por tiradores poco experimentados.

Entre los militares, el más frecuente es en cambio el conocido como nueve milímetros parabellum, de 9 x 19 mm. Para bellum significa, en latín, "para la guerra", y lo tomaron del conocido aforismo si vis pacem, para bellum. Fue desde su origen un calibre militar, y resulta tan común porque se han fabricado numerosas armas de combate que lo utilizan. Considerado frecuentemente como un calibre de asesinos, debido a su uso generalizado a manos de terroristas, delincuentes y miembros de fuerzas de seguridad mucho menos que democráticas, es mucho más pesado y contundente que el pequeño .22 LR; a cambio, requiere mayor experiencia para acertar con él a alguna distancia porque su peso lo desploma rápidamente.

Sin embargo, cuando las cosas se ponen chungas de veras y la víctima no es tan víctima, sino que responde al fuego, la muy perra, todo el mundo se vuelve loco por el que llaman 7,62 soviético de 7,62 x 39 milímetros. Básicamente, porque es la bala del mítico Kalashnikov AK-47 y sus variantes, como el AKM, que es lo que todo nacido de madre quiere tener en las manos cuando las pintan bravas. Este cartucho intermedio, estrechamente relacionado con el tradicional calibre .30, resulta intratable a las distancias típicas de combate y sobre todo de combate urbano o suburbano; los soldaditos de a pie que saben de lo que hablan prefieren con mucho su cruda severidad a las ambiguas estadísticas de municiones más modernas y ligeras. A los contables de los ejércitos y otras fuerzas armadas también les gusta: las variantes más baratas se han llegado a producir a menos de un céntimo por unidad, y no es raro encontrarlos de importación y excelente calidad por debajo de veinte. Esto significa que se puede llenar un peine de treinta balas buenas por menos de seis euros, lo que venían siendo mil pelas, e incluso sin llegar al euro si uno se conforma con cualquier cosa; un argumento difícilmente discutible.

La idea de descalabrar a algún vecino por el procedimiento de lanzarle un objeto contundente es tan vieja como la humanidad. Ya en tiempos antiguos se descubrió que un objeto pequeño proyectado a suficiente velocidad resultaba más práctico y mucho más perjudicial para la salud que otros adminículos de mayor tamaño. No otra cosa es la punta de una flecha y, sobre todo, los proyectiles de las hondas.

A pesar de su aspecto primitivo, una honda en manos de quien sabe usarla es un arma terrible y peligrosísima, que nos viene acompañando desde el Neolítico por lo menos y probablemente desde el Paleolítico. Una honda es efectiva a mayor distancia que el arco, incluso que el arco largo, y también a mayor distancia eficaz que la mayor parte de armas cortas de fuego: hasta cuatrocientos metros. Un hondazo bien arreado con una bolita de plomo o incluso un guijarro pesado puede matar ya no a un hombre, sino incluso a un caballo, según los conquistadores de América que las padecieron. No sólo se dice que David se ventiló al gigantesco Goliat con una de ellas; es que la historia nos habla de los legendarios honderos baleares, más temidos que los arqueros y capaces de hundir un barco de guerra romano a menos que estuviera bien blindado con cuero. En fecha tan tardía como 1989 se acusó a un veterinario rural, Luis Perezagua, de derribar un helicóptero del Ejército Español que le estaba molestando mediante una certera pedrada, quizás lanzada con honda, sin causar muertos pero sí algunos magullados. Fue absuelto, no se sabe si porque era mentira o porque nadie estaba dispuesto a asumir la vergüenza. Quizá deberían haber leído algo de historia antes de avergonzarse tanto.

La invención de la pólvora facilitó el asunto este de desgraciar a los primos mediante el lanzamiento a gran velocidad de pequeños objetos pétreos o metálicos. Los primeros proyectiles para mosquetes, arcabuces, pistolones y demás parafernalia bélica de la época no eran más que esferas de plomo u otro metal, parecidas a las de las hondas, e incluso guijarros redondeados cuando no había otra cosa  a mano. Hubo que esperar hasta 1823 para que un cierto inglés llamado John Norton, de las fuerzas armadas de su Graciosa Majestad, propusiera usar proyectiles puntiagudos que se expandían para ajustarse al cañón del arma durante el disparo; la idea fue rechazada porque se habían venido usando bolas durante trescientos años.

Pero no olvidada. El estadounidense William Greener recogió el concepto para crear una bala con base de madera que se ajustaba al cañón, multiplicando su eficacia como predijo Norton; ésta fue rechazada por engorrosa. Por fin, en 1847, un capitán del ejército francés llamado Claude Étienne Minié desarrolló un proyectil de plomo blando que desempeñaba la misma función. La bala Minié fue un éxito instantáneo, pues al ajustarse al ánima del cañón aprovechaba la totalidad de los gases de la pólvora, y además era tan sencilla de usar como las viejas de bola. Ah, por si no te habías dado cuenta: la palabra castellana bala viene del francés balle, que quiere decir bola. El inglés round procede, naturalmente, de redondo; es decir, una bola.

La bala Minié se usó extensivamente en la Guerra Civil Americana, causando heridas terribles a sus víctimas que casi siempre significaban la muerte o la amputación. Fue también durante este conflicto cuando los cartuchos de pólvora, que se venían usando desde tiempos de los mamelucos egipcios (1260), se incorporaron al propio proyectil para obtener un solo elemento; hasta entonces, había que cargar el proyectil por un lado y la pólvora por el otro. Había nacido la bala moderna. La adición de un fulminante capaz de encender la pólvora mediante el impacto de un percutor completó el invento. En la actualidad, todas las balas –y muchos proyectiles pequeños de artillería, que son sus primos hermanos– funcionan así.

El siguiente avance se produjo en 1883, cuando un mayor suizo inventó la chupa de chapa, o sea, un recubrimiento de cobre para el proyectil de plomo. Esta funda de cobre se adapta mejor al ánima del cañón, permitiendo un aumento muy significativo de la velocidad de salida, y con ello de la energía total. La bala spitzer, con propiedades aerodinámicas mucho mejores, es ya difícil de distinguir de un proyectil contemporáneo.

Por otra parte, durante el siglo XIX los ingleses habían inventado la bala expansiva o dum dum. La bala dum dum tiene una propiedad curiosa: al alcanzar el blanco, revienta y se expande para agotar toda la energía contra el mismo y provocar grandes heridas, en vez de atravesarlo limpiamente. Sería el gobierno alemán, en 1898, quien protestaría por primera vez contra la inhumanidad de esta clase de proyectil, y de hecho están prohibidas para uso militar. Pero la gente es ingeniosa, sobre todo a la hora de joder (en ambos sentidos), y muchos proyectiles modernos están construidos de tal manera que tumban al impacto, produciendo lesiones análogas.

La historia de la munición trazadora, incendiaria y explosiva merece párrafo aparte. La munición trazadora e incendiaria contiene algún material que arde por la fricción del aire –el primero fue el fósforo–, y la inventaron los ingleses también para hostigar a los zepelines alemanes de la Primera Guerra Mundial, amenazando con hacer estallar sus grandes depósitos de hidrógeno. Después, la trazadora siguió su propio camino como guía de tiro en condiciones de pobre visibilidad; cuando se usa con ametralladoras (intercalando una trazadora cada cierto número de balas corrientes), es como apuntar con un láser. A cambio, delatan la posición del tirador. La bala explosiva es una versión en chiquitín de los proyectiles de artillería que detonan al impacto, causando heridas análogas a las dum dum, y por eso se confunden muchas veces. Por complicadas, son raras en los calibres habituales para uso manual, y normalmente cuando alguien denuncia que se están usando balas explosivas, se refiere a balas expansivas.

El desarrollo de municiones de alta velocidad permitió crear también la bala perforante, cuyo propósito es atravesar una coraza. Las hay de muchos tipos. Bastantes de ellas tienen en su centro una "aguja" de carburo de tungsteno, uranio empobrecido u otro material muy denso, con una punta muy dura. Esta "aguja" se separa del resto del proyectil, concentra la energía en un punto muy pequeño y así penetra a través de los blindajes, incluso los de un tanque con los calibres mayores. La generalización de los chalecos antibala y antimetralla entre militares, policías y algunos delincuentes ha conducido al desarrollo de balas específicamente diseñadas para atravesarlos.

A la bala, y los proyectiles de energía cinética en general, les queda mucha muerte por delante. Más allá de supuestas armas de rayos, haces, ondas y demás,  lo cierto es que no se conoce ninguna manera ni remotamente tan eficaz y económica de transferir gran cantidad de energía a un blanco, a menos que nos metamos en mejunjes nucleares. Esta vieja conocida, que nos viene acompañando desde quizás el Paleolítico con la idea de matarnos, seguirá en las manos de todo aquel que desee asesinar a otro ser humano (o, para el caso, cazar y tal; ¡como si necesitáramos seguir cazando a estas alturas!). No existe una manera de matar tan eficaz, segura, barata, universal y accesible; para manejar un garrote o un cuchillo hace falta cierta fuerza, decisión y pericia, pero para practicar dos agujeros nuevos a un desgraciado –o desgraciada– en las distancias cortas sólo se precisa tirar de un gatillo. La bala llegó con nosotros y se irá con nosotros. O precisamente por eso.